Los Moriarti (Aitor Arregi, José Mari Goenaga y Jon Garaño) están abonados al Zinemaldia desde hace mucho tiempo. Ya desde títulos como ‘Handia’ se vislumbraba una nueva forma de ver las historias, de escribirlas y de sentirlas, pero no es hasta el estreno de ‘Maspalomas’ en la 73ª edición del Festival de San Sebastián que, ahora sí que sí, se consagran como un tándem creativo inseparable de la buena ficción.
En este caso, Arregi y Goenaga, construyen una historia alrededor del personaje de Vicente (José Ramón Soroiz), un jubilado que, tras descubrirse como homosexual veinticinco años atrás e irse a vivir a las Islas Canarias, regresa a Donosti por culpa de una enfermedad.
En ese sentido, uno podría esperar una cinta dramática sobre el retorno al “armario”. Sobre volver a esconderse y, de alguna forma, correr un telón delante de la propia vida. Y aunque esto sí ocurre, ‘Maspalomas’ resulta ser sumamente divertida. Disfrazada de una especie de drama familiar, Arregi y Goenaga retratan todos los aspectos del ser humano: la penuria, la tristeza y, por supuesto, el sexo.



‘Maspalomas’ es una película muy sexual. Una que acaba por destronar esa idea preconcebida de que los ancianos no se acuestan con otras personas, pero no por ello deja de ser graciosa; y no por ello deja de ser dramática. En un segmento de dos horas de vida, el espectador se enfrenta a situaciones que le hacen llorar tanto de la risa como de tristeza, así como echarse las manos a la cabeza por no creerse las imágenes que observa en la gran pantalla.
‘Maspalomas’ es sumamente humana. Profunda en todo momento sin que eso signifique pasar por alto los detalles que nos hacen recorrer la vida de una forma más liviana. La forma de entender a Vicente y de retratar a la sociedad que le rodea (nuestra sociedad) demuestra el sumo entendimiento que los directores tienen acerca de las complejidades de nuestro tiempo.
‘Maspalomas’ es una joya imperdible, una de las mejores películas que se han proyectado en San Sebastián este año y, sin duda, una consagración para los Moriarti, que ya asoman como cineastas de cabecera en nuestro país.


