Sean Baker por fin consiguió el premio que más ansiaba. Tras lucharlo durante años, el cineasta estadounidense se alzó con su primera y flamante Palma de Oro del Festival de Cannes, que llega ahora, por fin, a los cines españoles. La nueva obra de Baker vuelve a retratar a esa clase trabajadora estadounidense que busca a toda costa conseguir un sueño americano que, en realidad, jamás existió.
Anora, una espectacular Mikey Madison, es una bailarina erótica que trabaja en un club de striptease. Un buen día, el hijo malcriado de un oligarca ruso contrata sus servicios de forma exclusiva, ofreciéndole un futuro esperanzador pero, ante todo, irreal. Esa ilusión de la escapatoria está presente en toda la filmografía de Sean Baker que, además, suele retratar desde el prisma de aquellos quienes se ven obligados a vender su cuerpo por dinero (prostitutas, actores porno…).
De Anora (Ani para los amigos) no sabemos más que vive en un piso compartido, que tiene orígenes rusos y que su madre y hermana aún viven. Ani es, a los ojos de la sociedad, un ente. Una persona que aparece y desaparece de los lugares pero que nadie sabe de dónde ha salido. De Anora podemos imaginarnos un pasado, un motivo por el que ha acabado viviendo su vida de forma tan precaria. Tal vez haya experimentado un trauma infantil, o tal vez provenga de un barrio desfavorecido. En realidad aquí lo que importa no es tanto el origen de la podredumbre, sino que una vez que uno nace con ella (o la obtiene) no podrá salir del agujero y ver un rayo de Sol. Con este retrato, Baker expone a su protagonista de la misma forma que nosotros, como partícipes de esa misma sociedad en la que vivimos, percibimos a las personas que viven vidas similares a las de Ani: invisibles ante nuestros ojos y conciencias.



Sin embargo, Anora es un personaje humano, que encuentra precisamente esa humanidad no solo a través de la búsqueda de una escapatoria improbable, sino a través del humor. Ani es una persona de clase baja, con no demasiada educación, pero que encuentra la empatía y lo cotidiano en lo histérico de su carácter, en lo surrealista de la historia que vive y en lo devastador de su desenlace. La desgracia, de forma paradójica, consigue conectar con un público que, sin haber experimentado las mimas desdichas, podrá entender el sentimiento de agotamiento físico y mental que trae consigo la desesperanza.
‘Anora’ (ahora hablando de la película) es un retrato de la vida misma. Las clases sociales no entienden de banderas, pues es indiferente que uno tenga nacionalidad estadounidense, rusa, armenia o de la Conchinchina: si uno es pobre, siempre será pobre; si uno es rico, siempre será rico. La oligarquía rusa es tan solo una de las mil especies de riqueza que se manifiestan en nuestro mundo a través de personajes insufribles, viles y despiadados. Personas que, sin ningún tipo de pudor ni vergüenza, no dudan en hacer lo posible para no deshonrar su apellido y, lo que es más importante y despreciable aún, su fortuna. La búsqueda de ascender escalones sociales por parte de Ani le recuerda que no solo será imposible conseguir su meta, sino que, además, no merecerá la pena convertirse en uno de ellos.
El personaje del maravilloso Yura Borisov, un matón contratado por los padres de ese niñato insoportable que, prácticamente, coprotagoniza la historia, supone un alivio a este universo fatal en el que todos los que no nos encontramos en la cúspide de la pirámide estamos abocados al fracaso y la desesperación. Igor no es más que una representación de lo que Baker siempre ha tratado de decirnos y que, casualmente, nunca vino tan bien recordar: solo el pueblo salva al pueblo.


