‘Una vida en secreto’: ¿La muerte debe absolver todos los crímenes?

En 2017 el director israelí Savi Gabizon realizó ‘Longing’, una película con un relativo éxito comercial y crítico que le valió para que, unos cuantos años después, el mecanismo hollywoodiense se fijara tanto en su figura como para hacer un remake con el propio Gabizon detrás de las cámaras y con Richard Gere y Diane Kruger delante de las mismas. En 2024 se ha estrenado ‘Una vida en secreto’, que resulta ser una especie de melodrama con tintes de thriller que, sin ninguna duda, no deja indiferente.

La historia comienza cuando Daniel (Gere) recibe la visita de una expareja con la que rompió hace ya veinte años. Las buenas nuevas que le trae son de todo menos buenas. Resulta que Daniel fue padre sin saberlo y que el hijo que nació de su antigua relación acaba de fallecer a los diecinueve años de edad en un accidente de tráfico. Es aquí cuando Daniel deja de lado sus, aparentemente, muchos quehaceres para viajar al pueblo donde vivía su hijo y atender a su funeral mientras que conoce a los amigos, profesores y demás personas del pueblo que acompañaron a su hijo a lo largo de su vida.

Hasta aquí, la historia que trae ‘Una vida en secreto es’, hasta cierto punto, interesante. Este punto de partida planta una semilla desde la cual puede surgir una espectacular planta en la que caben temáticas como el duelo, la nostalgia o el arrepentimiento. Sin embargo, Gabizon tenía otras cosas en mente.

El espectador descubre poco a poco que Mikey, el hijo de Daniel, fue una persona absolutamente despreciable en vida. Hablamos aquí de un joven que acosa a mujeres, que trafica con drogas, que mantiene relaciones con chicas mucho menores o que roba dinero de los padres de su novia. Mikey es, lo que viene a ser de toda la vida, un pieza. Sin embargo, Mikey tiene algo especial: es artista; y al parecer esto basta para que no solo Daniel, sino la gran mayoría de los personajes de la película, eximan al culpable de sus pecados.

‘Una vida en secreto’ es una sucesión de escenas, a cada cuál más desagradable, en las que Richard Gere interpreta a un tipo, en apariencia sensato, culto e inteligente, justificando las mayores barbaridades que se hayan justificado nunca en la gran pantalla. La película es, simplemente, desagradable en su mensaje.

Tal vez Gabizon quisiera crear un drama sobre el duelo que realizan los padres; ese proceso en el que se olvida todo lo negativo del difunto y se justifican sus acciones recordando lo bueno en vida. Tal vez quisiera hablar de cómo nuestra perspectiva cambia si en lugar de hablar de un vivo, lo hacemos de un muerto. Tal vez simplemente deseaba provocar al espectador (en ese caso, parece haberlo conseguido). Sin embargo, el resultado de su película es el de una obra que magnifica y encumbra lo injustificable, que parece validar un discurso terrorífico a través de la boca de su protagonista y que trata como locos o violentos a aquellos quienes no coinciden con ese discurso. No entiendo cómo a ninguna de las decenas de personas que han trabajado en el proceso de creación de la obra no se le ha ocurrido mencionar que, tal vez, esto no era una buena idea.