‘Quand vient l’automne’: Una atmósfera mucho más pesada de lo que nos tiene acostumbrados Ozon

Sin los colores vibrantes, los vestuarios extravagantes y los escenarios teatrales de las últimas comedias de Ozon – Mon crime, Peter von Kant, Huit femmes – apenas reconocemos al director, hasta que recordamos que también hizo Dans la maison y Young and Beautiful. ‘Quand vient l’automne’ pertenece a esa faceta más intimista de su filmografía.

En un pueblo de Borgoña, Michelle (Hélène Vincent) está jubilada. Se prepara la comida, la cena, queda con su mejor amiga, cosecha champiñones y arregla las habitaciones para la llegada de su nieto. El drama se presenta inicialmente como una película sumamente realista, que retrata perfectamente la vida de una persona mayor ocupada en sus rutinas diarias. Es casi emocionante seguirla; se pueden oler los muebles antiguos de madera, la mantequilla usada para cocinar, el polvo acumulado en los manteles y cortinas. Un retrato perfecto de las abuelas francesas, con gran respeto por las tradiciones, hasta que las cosas toman un giro.

Después de comer con su hija Valérie (Ludivine Sagnier) y su nieto Lucas (Garlan Erlos), un incidente cambia los planes que Michelle tenía para la semana. Valérie y Lucas vuelven a París, y Michelle se desanima: quiere estar con su nieto. Cuando no es abuela, ¿quién es Michelle? Poco a poco, descubrimos más sobre su pasado y su relación con su hija.

Algo muy extraño ocurre en esta película que presenta relaciones aparentemente realistas: la relación entre Michelle y Valérie parece irreal. Siempre se ha dado por hecho que el amor maternal es incontestable e inagotable, pero tal vez no siempre es así.

Aquí, la culpa toma protagonismo. En esa pequeña comunidad que conocemos durante los cien minutos de película, aprendemos sobre el arrepentimiento –o la falta de él– por acciones pasadas que han llevado a los personajes a donde están ahora. El título ‘Quand vient l’automne’ puede resultar intrigante; ¿por qué el otoño? Porque con el otoño llega el Día de Todos los Santos, una fecha que en Francia viene acompañada de una semana de vacaciones –la semana que Lucas debía pasar con su abuela–, y es también el día en que se recuerda a los muertos. Con este claro presagio de la muerte, no sorprende que varios personajes fallezcan a lo largo de la película.

A pesar de la presencia innegable de la muerte, esta no resulta opresiva, ya que la relación de cada personaje con la pérdida es muy distinta. Algunos parecen casi inmutables, y aunque resulta difícil comprender por qué, no dejamos de empatizar con ellos.

Ozon nos sitúa en una temporada de transición, entre el calor del verano y el frío del invierno, donde las hojas caen y los champiñones crecen. Los personajes son acogedores y reconfortantes. Seguimos a algunos, y otros… caen.