En ‘Misión Imposible: Sentencia Final’, el mundo vuelve a estar en juego —como siempre—, pero esta vez se siente distinto. Más urgente. Más imposible. Y no solo por las acrobacias, que siguen siendo un espectáculo físico al borde del absurdo (Tom Cruise corre como si le fuera la vida en ello, literalmente), sino porque esta vez da la sensación de que sí, de verdad, estamos llegando al final. Y quiere dejarlo claro por todo lo alto.
Lo más interesante es cómo se gestiona la amenaza: no es un villano al uso, ni un tipo con gabardina y mirada turbia, sino una inteligencia artificial imposible de derrotar. Es una presencia, una idea. Y eso la vuelve aún más inquietante. Frente a eso, lo que queda es volver a las raíces del espionaje: analógico y humano. Y ahí está uno de los grandes aciertos de la película: en esa tensión entre lo ultra tecnológico y lo analógico, entre el espionaje de hoy y el de siempre. Como si todo este caos digital obligara a los personajes —y a la saga— a mirarse en el espejo y decir: “vale, esto empezó de otra forma. Vamos a recordar cómo se hacía”.


En cuanto a la estructura, funciona como un reloj. El primer acto actúa como un repaso de toda la saga —que puede hacerse un poco largo si ya llevas los deberes hechos—, el segundo se encarga de cerrar las tramas pendientes de la entrega anterior, y el tercero se convierte directamente en un clímax de blockbuster sin frenos. Todo depende de segundos, de suerte, de casualidades imposibles. Pero esa es la magia: ver a Tom Cruise salir ileso de lo impensable es parte del juego.
Lo que no esperaba era emocionarme. Pero pasa. Porque Cruise no solo se deja la piel en cada escena, es consciente de lo que significa haber llegado hasta aquí. Hay momentos en los que no corre, no pelea, no dispara… y aun así sostiene la escena. Porque él sabe. Y tú también lo notas.


Además, ‘Misión Imposible: Sentencia Final’ vuelve a recordarnos algo importante: nadie salva el mundo solo. El equipo importa. Este no es el viaje de un lobo solitario, sino de un grupo que se ha convertido en familia. Cada personaje importa, cada acción tiene consecuencias, y cada decisión se siente crucial. Lo resume Benji en una escena de la entrega anterior: lo que más le importa en esta vida son sus amigos. Y eso es lo que hace tan especial a esta saga: por muy alto que estén las apuestas, al final todo se reduce a cuidar de los que tienes al lado. No están ahí solo para acompañar la acción, están para construir la salida juntos. Para sostenerse entre ellos cuando el mundo, literalmente, se viene abajo.
¿Es la mejor de todas? Para mí, no. Pero esta entrega tiene algo que pocas sagas consiguen: cerrar con dignidad, sin perder lo que las hizo grandes y sabiendo evolucionar. Hay espectáculo, sí. Pero también hay pausa, emoción, y una sensación de que esto, esta vez, sí que puede ser el final.
Y si no lo es… que lo próximo esté a la altura.
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