El próximo viernes 14 de marzo se estrena en Netflix la nueva película dirigida por Anthony y Joe Russo que mezcla drama, comedia y ciencia ficción y que cuenta con Millie Bobby Brown y Chris Pratt como protagonistas.
‘Estado Eléctrico’ está ambientada en una versión alternativa y retrofuturista de la década de 1990. Millie interpreta a Michelle, una adolescente huérfana que trata de sobrevivir en una sociedad que sufre las consecuencias de una guerra entre humanos y robots tras una rebelión de estos últimos que anteriormente servían a las personas. Chris Pratt, por su parte, encarna a Keats, un contrabandista acompañado de su inseparable robot que se une a Michelle para descubrir lo que hay detrás de la muerte de su hermano.
El mundo que muestra la cinta de los Hermanos Russo está absorbida por una tecnología que, en vez de utilizarla como complemento o simple distracción, se emplea como refugio de la vida real. Los humanos, que poco a poco parecen preferir no serlo, utilizan un elemento bastante aparatoso con el que son capaces de separar cuerpo y mente y “trasladarse” a otro lugar sin moverse del sitio. Michelle, desde el principio, rechaza toda esta idea tecnológica que está impuesta hasta en el instituto.


En ‘WALL-E’ ya vimos algo parecido con la famosa escena de humanos tumbados en sus sillones futuristas mirando pantallas individuales delante de sus ojos -aunque no hay mayor ficción que la realidad y cómo la tecnología está cogiendo tal forma que llega a convencernos de que tal idea no es para nada disparatada-, pero el concepto de separación del cuerpo y la mente me recuerda más al de ‘Origen’, la película de Nolan que lograba crear realidades paralelas en busca de un lugar mejor.
‘Estado Eléctrico’ es un camino hacia la verdad. Un camino largo lleno de baches que redescubrirán a sus personajes y se irán nutriendo entre ellos para desarrollarse. Aunque el personaje de Millie es quien tiene el verdadero corazón de la película con una actuación sobresaliente, Keats se queda algo atrás con una intervención completamente prescindible. Sus participaciones apenas aportan nada a la historia y escasea la química con su compañera de reparto. Además, creo que la película es lo suficientemente inteligente y madura y ya posee ciertos toques sutiles de comedia que no necesitaba esos chascarrillos que a menudo salen del personaje de Chris Pratt, a quien parece que le está consumiendo su papel de ‘Guardianes de la Galaxia’.
‘Estado Eléctrico’ no se guarda nada para el final y la mayor premisa de la película se cuenta al principio. De haberla reservado para más adelante, la cinta habría llegado a conseguir algo de intriga tras hacernos sospechar de lo que podría estar ocurriendo. Es por eso que tenemos que agarrarnos a sus personajes y dejarnos llevar más que por lo que cuentan, por cómo lo cuentan.


Lo que más me atrajo de la película, o lo que me motivaría a volver a verla, es lo bien hecha que está. Tiene un CGI muy bien conseguido y todos los robots cuelan a nuestra vista gracias a un movimiento “natural” y unas texturas que les hacen parecer hasta reales. Aunque sabiendo que ‘Estado Eléctrico’ se ha convertido en la película más cara de Netflix con un presupuesto de 320 millones de dólares, no esperaba menos.
Otro punto fuerte de la cinta dirigida por los Hermanos Russo son sus villanos, y es que contamos con dos caras conocidísimas que hasta ahora han sido garantía de éxito en cada papel que han interpretado: Giancarlo Esposito y Stanley Tucci. Son una dupla increíble en ese lado malvado cuya naturaleza queda bien explicada y fundamenta aún más sus orígenes para la búsqueda del mal.
‘Estado Eléctrico’ tiene alma, corazón y mucho sentimiento donde conectamos hasta con el robot más inerte. Es una travesía llena de aventuras donde la batalla entre robots y seres humanos queda en segundo plano para relevar una aún peor: la que hay entre la cabeza y el corazón. Se permite cuestionarnos entre lo que queremos y lo que debemos hacer y en que por mucho que un destino parezca escrito, buscar la alternativa y, aunque el resultado no sea el esperado, nos hace ser mejor y termina convirtiéndose en una victoria personal.