Solo un año después de competir en la sección Perlak del festival de San Sebastián con La memoria infinita, la cineasta chilena Maite Alberdi presenta su nuevo trabajo de ficción con el objetivo de luchar por la Concha de Oro. Se trata de ‘El lugar de la otra’, un drama de época basado en una historia real en la que Mercedes (Elisa Zulueta), una transcriptora de un juzgado conoce a la escritora María Carolina Geel (Francisca Lewin) justo antes de ser condenada a prisión, estableciendo una relación con su persona que marcará los siguientes meses de su vida.
La forma de abordar la temática de la ambición y la vida personal que plasma Alberdi sobre su nueva obra es, simplemente, terrorífica. Mercedes descubre la vida que quiere, solitaria, culta y atrevida, en la que su valor como persona está determinado por su forma de ser y por su valía personal y profesional y no por cómo cocina, cómo trata a su familia o cómo apoya a su marido en el trabajo. Hasta aquí, perfecto. Sin embargo, la lectura que uno podría llevarse consigo a casa es que este cambio de paradigma vital solo es posible si se escala socialmente, saliendo de la clase trabajadora y llegando a la burguesía, pues los pobres con incapaces de respetar la figura femenina por el hecho de ser persona y necesitan de estímulos materiales para ello mismo.



Este punto sería verdaderamente interesante si no tratase a esas clases burguesas como algo aspiracional. La crítica no se enfoca en cómo el materialismo hace que olvidemos la persona para fijarnos en lo hace en casa y cómo se porta con su marido; sino que trata de demonizar a un grupo de personas mientras ensalza la moral y ética de aquellos quienes poseen pertenencias y dinero en metálico pues, al fin y al cabo, son más cultos, leídos, ricos y, por tanto, mejores personas, ¿no?
El personaje de Geel, condenada por asesinato, se torna en una especie de deidad a la que adorar e imitar, ignorando de forma súbita cualquier error que esta pudiera haber cometido, mientras que desprende una superioridad moral y mirada acomodada que lanza sobre aquellos quienes se encuentran en posiciones más vulnerables. Cuando finaliza la obra, parece que el mensaje a transmitir es que las clases altas de la sociedad no solo son impunes, sino que deben serlo y, por tanto, las personas de estamentos más bajos deben enfocar su vida a encontrar una escalera por la que subir a mejores posiciones.
Si todo esto se combina con una puesta en escena simple y superficial nos queda un trabajo final poco atractivo en lo visual y con un mensaje demoledor que se enfoca de forma que parece despreciar a un gran porcentaje de la población mundial. Ha sido una de mis grandes decepciones de esta edición del Festival de San Sebastián.


