Tras ser desahuciados, Olivia y su familia intentan empezar de cero en un barrio periférico, donde la niña se ve obligada a asumir responsabilidades que ningún niño debería cargar: cuidar de su hermano pequeño y de su madre, una actriz con dificultades para encontrar trabajo. La historia sigue a Olivia mientras descubre que, incluso en los lugares más difíciles, puede formarse una nueva familia y que el apoyo colectivo es la mejor forma de enfrentarse a la vida.
Es la primera película de animación en stop motion dirigida por una mujer en España y adapta la novela La película de la vida, algo que se nota en la sensibilidad y la mirada intimista del relato. Amo las películas de dibujos que no son para niños tontos, y esta lo es: un relato lleno de tristeza y desesperanza, tan duro que incluso los adultos lo sienten como un golpe directo. Es, en esencia, la historia de un hermano y una hermana que atraviesan desastre tras desastre hasta encontrar, al final, un pequeño rayo de esperanza.



La película aborda temas ambiciosos como la pobreza, la salud mental y la integración social, y lo hace con una mirada entrañable y esperanzada, aunque a veces cae en clichés —sobre todo en la representación de la clase trabajadora y los personajes de color— y suaviza la dureza de la realidad para que sea accesible a un público infantil. Desde la perspectiva de un adulto, se percibe cierta distancia: algunos personajes permanecen entrañables, hay metáforas bellas y momentos de gran creatividad, pero la indulgencia de ciertos agentes de policía y la simplificación de conflictos restan realismo.
Aun así, ‘Olivia y el terremoto invisible’ es conmovedora: un choque constante entre la imaginación de la infancia y la fría realidad, que recuerda que la creatividad y la imaginación siempre serán herramientas para sobrevivir a los momentos más oscuros. Por más animación con temáticas sociales como esta.


