Hace ya más de dos décadas que Francis Ford Coppola anunció en una rueda de prensa en San Sebastián que estaba trabajando de forma incansable en su proyecto soñado. Su título era ‘Megalópolis’ y, de alguna forma, el propio director consideraba que sería su última gran obra maestra. Hoy, veintidós años después, ‘Megalópolis’ llega a las salas de cine del Festival de San Sebastián tras protagonizar una serie de polémicas a cada cuál más esperpéntica, de recibir críticas devastadoras en Cannes y de originar una deuda espectacular en los bolsillos del propio Coppola.
‘Megalópolis’ no es una película. ‘Megalópolis’ es una especie de carta escrita por un autor superlativo. En esta carta se enumeran una serie de deseos sobre lo que deberá ser el mundo futuro, ese que permita vivir libremente a sus supervivientes, de forma cómoda, con respeto y con una paz hasta ahora inimaginable. Esta carta está pensada para que cuando este mundo esté poblado por nuestros sucesores, las generaciones futuras vuelvan a leerla con esperanza de haber conseguido crear un mundo mejor.
Para ello, Coppola realiza un despliegue abrumador de ideas, a cada cuál más bizarra, original e imaginativa. En la Nueva York del futuro vivirán ciudadanos ordenados por los estamentos del Imperio Romano. Habrán regresado los Césares, los coliseos, los diálogos a lo Shakespeare. Sin embargo, la voz de la cordura la aportará un arquitecto brillante. Una de las poquísimas personas que creen que esta sociedad puede evolucionar, sacrificando todo lo construido anteriormente para reedificar una ciudad en la que todos podamos ser libres. Este arquitecto será considerado por muchos como una mente brillante, una especie de mesías que nos guiará hacia el más allá. Para otros será un idealista del que aprovecharse, una figura a destruir o, simplemente, un loco más al que ignorar.



‘Megalópolis’ habla de todos aquellos problemas que debemos solucionar, de cómo debemos mirar a nuestro pasado para poder avanzar, evitando los errores que ya cometimos y aplicando aquellos aspectos que mejoraban la vida de las personas.
Da igual si ‘Megalópolis’ es una buena película o no. Es cierto que la gran mayoría de sus ilusiones visuales, de sus diálogos o de las acciones de sus personajes son más bien ridículas pero, ¿qué más da? Lo importante aquí es la nobleza de su mensaje. El como una leyenda en el ocaso de su carrera es capaz de vender sus propiedades para dar un mensaje de esperanza al mundo, una especie de guía a seguir en la que se critican nuestros errores presentes, pasados y, seguramente, futuros y que enumera, de forma muy concreta, los pasos a seguir para poder vivir mejor como sociedad. ‘Megalópolis’ ha hecho historia, no por su calidad cinematográfica, ni mucho menos, sino por el testamento fílmico que supone y que trascenderá para siempre.


