Hace ya unos años que Aluda Ruiz de Azúa viene demostrando un talento especial para retratar cuestiones complejísimas con un ojo y una sensibilidad al alcance de muy pocos. Con ‘Cinco lobitos’ y ‘Querer’ ya era posible colocarla entre las mejores cineastas de su generación (Pilar Palomero, Carla Simón…) pero es con ‘Los domingos’ como se consagra en esa lista y pone en serias dudas si no es ella la mejor de todas.
En ‘Los domingos’ asistimos al encuentro de una joven con la fe cristiana y cómo esta le mueve a la vida del convento, con todas las implicaciones que ello conlleva dentro, no solo de su entorno más cercano, sino de sí misma. Ainara (una genial y debutante Blanca Soroa) mantiene conversaciones extensas con su padre, su tía y su abuela; en ocasiones calmadas y comprensivas, en otras, a gritos y tozudas. Al fin y al cabo, anunciar a tu familia que, tal vez, no volverás a verla porque vas a entregarle tu vida al Dios en el que crees puede no ser trago de buen gusto.



Y sin embargo es aquí donde el tacto y la sensibilidad de Alauda entra en juego. Padre, hija, abuela y tía conciben la vida de formas muy diferentes, por lo que el conflicto entorno a la situación está servido y la forma de retratar a estos personajes es, precisamente, lo más valiente y lo más valioso de la obra.
Las creencias son respetadas por igual. La moralidad de cada uno se puede poner en duda, pero no el respeto hacia la misma. Alauda consigue que sus personajes sean más humanos que nunca y que sus tendencias ideológicas y religiosas tengan un debate en vivo y en directo.
‘Los domingos’ lanza preguntas mientras cuestiona con audacia si las respuestas son tan categóricas como el conjunto de la sociedad tendemos a admitir. ¿Se puede cuestionar la fe de una chica, por muy joven que sea? ¿Están las monjas del convento jugando con los sentimientos de una menor? ¿Y si, en realidad, son algunos de sus familiares los que se pasan de la raya? ¿Somos acaso verdaderamente libres de decidir qué hacer con nuestra vida?
Las respuestas nunca terminan de descifrarse. Porque no es necesario. El simple hecho de que una obra abarque el problema de esta manera ya la hace valedora de todos los halagos. Por supuesto, genera debate. Tal vez irritación. Pero lo que tengo muy claro es que es, sin duda, una de las grandes merecedoras de la Concha de Oro.


