‘La astronauta’: Houston, tenemos un alien cutre

Lo primero que me pregunté viendo ‘La astronauta’ fue: ¿dónde está el espacio? Una película de ciencia ficción espacial debería asfixiarme, hacerme sentir claustrofobia. Aquí no. Tras un incidente en la reentrada, la astronauta interpretada por Kate Mara es aislada por la NASA en una mansión moderna convertida en improvisada cuarentena.

La película nunca termina de decidir qué quiere ser. El relato abre la puerta a una pregunta que crea toda la trama: ¿quizá todo está en su cabeza? ¿O tal vez se ha traído un bicho pegado al traje? El tono oscila entre el thriller psicológico, el terror con sustos de manual, un poco de body horror alienígena y, de repente, algo que roza lo spielbergiano.

En ese desconcierto, la película recuerda a veces a un episodio de ‘Doctor Who’. Y no tanto por la imaginación en los giros, sino porque la puesta en escena luce limitada, casi barata. No es necesariamente un defecto en sí mismo, el género ha demostrado muchas veces que con poco se puede sugerir mucho, pero aquí se percibe un desajuste entre intención y resultado.

Kate Mara sostiene con solidez el papel protagonista, logrando transmitir la vulnerabilidad y resistencia necesarias para que la historia no se derrumbe del todo. También se juega muy bien con el sonido, logrando construir tensión en momentos clave. No obstante, el uso de la música épica y tensa rompe en más de una ocasión la atmósfera, añadiendo un dramatismo innecesario que resta fuerza a lo que debería ser silencio e incomodidad.

El resultado es irregular: una película que insinúa reflexiones sobre la soledad, el encierro y la dura realidad, pero que termina desviándose hacia un espectáculo de extraterrestres sin cohesión narrativa. ‘La astronauta’ tiene destellos de lo que podría haber sido un relato inquietante sobre el regreso a casa tras el vacío del espacio, pero se pierde entre excesos de género y un tono incapaz de sostenerse con claridad.