‘Joker: Folie à deux’: La nada más absoluta.

En 2019 Todd Phillips estrenó Joker, una obra cumbre en el cine de adaptación comiquera que batió récords y dotó a Joaquin Phoenix con uno de los Premios Oscar más indiscutibles de los últimos tiempos. Sin embargo, la importancia de la película no reside tanto en su éxito a nivel comercial o de galardones, sino en la reflexión profundamente deprimente que esta aportaba. Joker es un personaje atormentado, que crea sus propios fantasmas a raíz de una enfermedad fruto de la desesperación y de la dejadez de un sistema que abandona a quienes más lo necesitan para ayudar a simples adinerados con el poder suficiente como para ejercer su influencia. La multitud que sigue al Joker en la primera película no es más que una representación del movimiento obrero, el que debería levantarse contra las injusticias sociales y entender de una vez por todas que, por desgracia, no todos tenemos el mismo peso en este mundo y, por tanto, si no nos defendemos los unos a los otros, estaremos abocados al desastre final. Sin embargo, en ‘Joker: Folie à deux’, Phillips decide destruirlo todo sin razón aparente.

La innecesaria y vacía secuela de Joker parece provenir de una especie de tormento por parte de su autor. Tal vez Phillips no estaba de acuerdo con la interpretación que el gran público obtuvo en la obra original; tal vez cree que su mensaje se ha enfocado de una forma equivocada o, tal vez, ni siquiera había pensado en un mensaje concreto y, por tanto, toda aquella interpretación es fruto de un sobreanálisispor parte de un espectador que encuentra un resultado fortuito. Sea como fuere, ‘Joker: Folie à deux’ viene a destruir todo el legado que había construido su precuela.

En esta segunda parte Phillips construye desde el guion un terrorífico y machacón sermón que viene a explicar que, en realidad, el malo de la película siempre fue Joker. Toda aquella interpretación sobre las clases trabajadoras era, según su director, el camino equivocado; una visión negativa del mundo. De hecho, ese profundo y complejo análisis es completamente invalidado cuando su director apunta que Joker no es más que un loco asesino que no merece, ni siquiera, ser ayudado a defenderse. El autor manda al carajo todo aquello del abandono social, de las clases trabajadoras, de las injusticias, del deterioro del sistema sanitario. Ya nada importa, pues la moraleja de la película es tan sumamente simple que uno no es si quiera capaz de agarrarse a ningún lado antes de caer al abismo. De hecho, pareciera que Phillips se identifica mucho más con el personaje de Robert de Niro en la primera película que son su propio protagonista, ese al que -supuestamente- retrataba como una especie de antihéroe necesario para despertar a una población. 

Si todo esto lo aunamos con el pequeño detalle de que cinematográficamente no está a la altura de su predecesora (camuflando una especie de karaoke que reafirma el obsceno mensaje de la película como un musical), nos queda una obra simplísima, negativa en su reflexión, pretenciosa y sumamente vacía. No es que ‘Joker: Folie à deux’ no sea una buena película, es que es un desastre de dimensiones bíblicas.