Como si de un relato de David Lynch se tratase, Jane Schoenbrun retrata la realidad de las juventudes en forma de ensoñación. Los que no pueden controlar el mundo real, e sos que sienten que no pertenecen al mundo que les rodea, que les asfixia y les quita el derecho a expresarse tal y como son, deben recurrir a lo más cercano a ellos. Es igual si uno crece en los setenta, en los noventa o pertenece a la actual generación Z. Siempre recurriremos a aquello que es capaz de salvarnos.
En ‘I saw the TV glow’, segunda película de Schoenbrun los protagonistas acuden a la llamada de las series de televisión, obsesionados con la pantalla a lo Zulueta. Tal vez en otro momento hablaríamos de los videoclips (que mantienen una estrecha relación con la forma de rodar la película), a los videojuegos, a la literatura o a las redes sociales (tal y como plasmaba ‘We’re all going to theworld’s fair’), pero las series adolescentes de dudosa calidad cinematográfica fueron, de alguna forma, la salvación de toda una generación de jóvenes.



Todos tenemos nuestro mundo interno. Mientras que la realidad que nos rodea no deja que nos expresemos por nosotros mismos -ya sea en nuestra expresión de género, en nuestra sexualidad o, simplemente, en la forma de comunicarnos- nuestro mundo interno es capaz de permitir que un pequeño rayo de luz que se cuela por la ventana sirva como señal de esperanza. La grandeza de ‘I saw the TV glow’ no reside -únicamente- en la forma de plasmar las ideas en el celuloide, expresiva, experimental, casi surrealista; sino en el hecho de que, tal vez pueda ser ese rayo de luz que ilumine la vida de alguna de las personas que ven la película tratando de permanecer absortos en lo que sucede en sus mundos imaginarios en lugar de atender a la realidad que les golpea violentamente.
Tal vez Schoenbrun formó parte de este colectivo y por ello mismo es la persona más capaz de retratar lo que uno siente cuando está solo y, por consiguiente, cuando encuentra a una persona a la que agarrarse con fuerza. Puede que elle encontrase ese rayo de luz en alguna serie infantil o en algún libro que devoró una y otra vez en su adolescencia, al igual que Owen y Maddy engullen una y otra vez su serie. Puede incluso que esas historias se mezclasen con su realidad, que reemplazaran la historia real por algo más adecuado, más cómodo. Sea como fuere, Jane acaba de estrenar una de las mejores películas del año. Una de las más poderosas a nivel visual y, sobre todo, una de las más preciosas en lo que quiere y consigue transmitir.


