‘Frankenstein’ es, sin duda, una película hecha con enorme cariño, quizás incluso demasiado

Anunciada apenas unos días antes, la película sorpresa de esta edición del Festival Internacional de San Sebastián resultó ser Frankenstein, la nueva obra del aclamado director Guillermo del Toro. Antes de la proyección, un mensaje grabado del director apareció en pantalla. En él, Del Toro expresó su profunda admiración por la novela de Mary Shelley y explicó que esta adaptación era un proyecto de larga data que llevaba años deseando realizar.

En los últimos tiempos hemos visto un auge de nuevas adaptaciones “halloweenescas”: Nosferatu el año pasado, ‘Drácula’ de Luc Besson este año y The Bride de Maggie Gyllenhaal en camino para el próximo. ¿A qué se debe este regreso de las criaturas de la noche a la gran pantalla? Tal vez porque hacía tiempo que no se revisaban estas historias o, más probablemente, porque los temas que abordan han vuelto a cobrar relevancia.

Las figuras monstruosas representan el miedo a lo desconocido y todas estas narraciones, de una u otra forma, exploran la lucha entre el bien y el mal, así como la inevitable presencia de la muerte. Todas coinciden también en su pertenencia al género de terror, aunque cada adaptación lo maneja a su manera. Y es justamente aquí donde podemos empezar a identificar lo que funciona —o no— en el ‘Frankenstein’ de Del Toro.

Más que el terror, el director apuesta por un enfoque casi romántico, con un lirismo vibrante y una humanización del monstruo de Frankenstein que convierte la película en un relato fantástico antes que en una historia de horror. Salvo por algunas escenas viscerales durante la creación del monstruo, el filme prioriza lo filosófico sobre lo terrorífico. De hecho, el monstruo solo parece tal en el prólogo; el resto del tiempo es más humano que el propio Dr. Frankenstein.

Como en la novela, el monstruo comienza siendo bueno, pero aquí no se vuelve “malvado” por el rechazo social ni actúa movido por la venganza. Más bien busca a su creador porque teme la soledad. La idea de pertenencia y el miedo al abandono son más potentes en esta versión que la clásica reflexión sobre la naturaleza humana. Se nota que Del Toro ha dedicado mucho tiempo a pensar esta historia y tenía mucho que decir sobre ella, aunque en ocasiones eso lo lleva a explicar demasiado en lugar de dejar que las imágenes hablen por sí solas. Y en cine, ya se sabe: es mejor mostrar que contar.

El sello estético del director está, por supuesto, presente: los decorados y el vestuario son magníficos, con una Mia Goth vestida al estilo de Poor Things. Lo que no resulta tan convincente son algunos momentos de CGI, que rompen la inmersión y la caracterización del monstruo es algo decepcionante. ‘Frankenstein’ es, sin duda, una película hecha con enorme cariño, quizás incluso demasiado. Hay tanto afecto hacia la criatura que uno se queda con ganas de algo más gótico y aterrador.