‘Emmanuelle’: Ricos, hoteles y desesperación

Audrey Diwan inauguró el pasado viernes la 72ª edición del Festival de Cine de San Sebastián. Una edición con nombres gigantes en la competición, nombres gigantes en Perlak y nombres gigantes en otras secciones como Zabaltegi-Tabakalera. Por supuesto, una edición de esta envergadura necesitaba una película inaugural a la altura y seguramente por ello mismo el equipo del Festival consiguió “robarle” a Cannes y Venecia ‘Emmanuelle’, la segunda película de Audrey Diwan, ganadora del León de Oro de Venecia en 2021. Sin embargo y, tristemente, eso que parecía un hurto épico a festivales de un prestigio escandaloso parece que ha sido más un descarte de los mismos que otra cosa.

Noémie Merlant interpreta a Emmanuelle, una mujer que viaja a Hong Kong para evaluar la eficiencia de los servicios de un hotel perteneciente a la cadena para la que trabaja. Allí vive en una especie de constante exploración sexual que, honestamente, no tiene ningún sentido.

Mientras que los abuelos y abuelas que estaban viendo la película no podían, físicamente, cerrar la boca, el proyector reflejaba en la pantalla una especie de Cincuenta Sombras de Grey con diálogos exhaustivamente largos, repetitivos y vacíos. Diwan busca ejemplificar el deseo y la exploración del cuerpo y la mente femenina creando una metáfora con el cuidado de un hotel, sus habitaciones, su servicio y, lógicamente, sus huéspedes. Lo que, seguramente, “nadie” esperaba es que esto no termina de funcionar en ninguna de sus facetas.

‘Emmanuelle’ se construye como un bloque de dos horas de duración en las que se intenta contar mucho sin demasiado éxito, se muestran muchas relaciones sexuales que, paradójicamente, en ocasiones resultan anti-excitantes, y en la que a uno le entra de forma progresiva el deseo de que se acabe. Al menos la fotografía está cuidadísima.