Este año, Ozon estrena una película que no se parece en nada a las anteriores de su filmografía. Se atreve a adaptar la célebre obra homónima de Albert Camus. Uso la palabra “atreverse” porque, a mi parecer, el libro del filósofo es un desafío arriesgado por la complejidad intelectual que encierra. Es un relato emblemático que se caracteriza por la focalización externa e impenetrable de su protagonista. Los pensamientos y acciones de Meursault resultan incomprensibles —en el sentido de que parece carecer totalmente de empatía— y yo tenía mucha curiosidad por ver cómo el director traduciría esa extrañeza a la gran pantalla. Esa curiosidad me llevó a prestar atención a cada plano, cada línea de diálogo y cada gesto de Benjamin Voisin, quien hace un trabajo extraordinario encarnando a Meursault. No debe de haber sido nada fácil justificar las acciones de un personaje cuya psicología es tan difícil de descifrar.
La película es fiel a la obra original, pero al mismo tiempo construye su propia identidad gracias a una cinematografía hipnótica. El ritmo es lento, es cierto, lo que puede desalentar a algunos espectadores, pero Ozon no podía haberle dado otro. Precisamente por eso pienso que la película funciona: porque las preguntas morales planteadas por El extranjero de Camus se reflejan en la versión de Ozon.
No estamos aquí para analizar en profundidad las cuestiones filosóficas que plantea el autor —esa es tarea de otro tipo de crítica—, pero creo importante entender a qué movimiento pertenece El extranjero para poder juzgar si la idea en la que se basa ha logrado mantenerse vigente. La novela forma parte del ciclo del absurdo de Camus (junto con El mito de Sísifo y Calígula) y su objetivo es transmitir el “sentimiento” de lo absurdo. A partir del existencialismo, el filósofo se inclinó por la idea de la absurdidad de la condición humana, y El extranjero le permite expresar que el mundo que nos rodea es irracional y que el ser humano nunca deja de intentar comprenderlo, aunque jamás lo logre. La indiferencia de Meursault es la encarnación de este pensamiento.
Aquí debemos plantearnos la cuestión de la adaptación: ¿juzgar su fidelidad o aceptarla como una obra independiente? Personalmente creo que, inevitablemente, la película solo puede transmitir de manera superficial las preguntas que aborda Camus, ya que únicamente logra comunicar la noción o el sentimiento de lo absurdo —y ha optado claramente por lo segundo—. Dado que el libro también buscaba producir esa misma sensación, podemos concluir que la adaptación es, en efecto, fiel. Es muy probable y entendible que algunos espectadores perciban la película como lenta o carente de sentido, pero es justamente esa extrañeza lo que pretende transmitir.