‘Tres kilómetros al fin del mundo’: La redención es un cuento de hadas

‘Tres kilómetros al fin del mundo’, del realizador rumano Emanuel Pârvu, supuso la primera aparición del director en la Sección oficial a competición del Festival de Cannes. Lo hizo en 2024, ganando la Queer Palm, premio concedido a la mejor película de temática LGBT del festival.

La película narra la historia de Adi, un joven que retorna por vacaciones a la casa de sus padres en un pequeño pueblo cerca del delta del río Danubio. Un día, tras salir de fiesta a una discoteca local, conoce a un turista con el que conecta románticamente para, justo después, ser agredido brutalmente por unos jóvenes del pueblo en la calle. Es a partir de aquí donde se desarrolla toda la acción, que pone patas arriba tanto a su familia como a la Iglesia y a la policía.

En un momento de la cinta, Adi dice sentirse ahogado, asfixiado. Es así, en realidad, como ha vivido toda su vida, entregándose al encierro, siempre de forma metafórica pero, a partir de ahora, también de forma literal. Su único delito es ser como es. 

Por mucho que la historia nos emplace en un país lejano, casi exótico para nosotros, es inevitable sentirse profundamente relacionado con la historia de Adi. Los casos de homofobia son incontables en toda Europa, en todo el mundo; y es tremendamente fácil sobreponerse al melodramatismo en el que cae su guion constantemente para poder conectar con su protagonista.

Adi no es más que un chico buscando la ansiada redención. No busca una aceptación porque es perfectamente conocedor de que jamás llegará en el contexto en el que ha crecido pero, tal vez, un perdón o una sonrisa cómplice pueda sentirse como un abrazo sincero.

‘Tres kilómetros al fin del mundo’ es dramática, por momentos tal vez demasiado, pero, ¿cómo si no podía representarse una historia de este calibre? La radiografía que realiza sobre la experiencia queer, no solo en el mundo rural o eclesiástico, sino en la vida en general, es intensa, sofocante y veraz. Puede que no todas las personas LGBT hayan experimentado unos hechos tan brutales como los de Adi, pero de seguro la gran mayoría habrán tenido la sensación de desagradar, de decepcionar. La búsqueda de la sonrisa cómplice será eterna hasta que no cambien las cosas, y Adi lo sabe perfectamente. Igual que Ilinca. Igual incluso que aquellos quienes no están, y tal vez nunca estarán, dispuestos a proporcionársela. Sin embargo, la película nos muestra una salida. Porque siempre hay salida.